martes, 6 de junio de 2023

Un perro ha muerto (Poema de Pablo Neruda)

En este espacio dedicado a nuestros fieles compañeros de cuatro patas, queremos compartir un hermoso poema de Pablo Neruda titulado "Un perro ha muerto". En estas palabras llenas de emoción y conexión profunda, Neruda nos transporta a un jardín donde yace su perro, enterrado junto a una vieja máquina oxidada. Pero la historia no termina ahí, ya que el poeta nos revela su creencia en un cielo para los perros, un lugar donde su leal amigo lo espera con ansias, agitando su cola en un gesto de amistad sincera.

Este perro, que no fue solo un servidor para Neruda, sino un verdadero compañero, se destacó por su autonomía y respeto hacia el poeta. Sin invadir su espacio ni exigir nada, el perro le ofreció una atención única, pura y necesaria para hacerle entender la vanidad humana. Las emociones transmitidas en el poema nos llevan a imaginar a Neruda deseando tener una cola para pasear junto a su perro por las orillas del mar, en un invierno en Isla Negra, donde la naturaleza y la felicidad canina se encuentran en perfecta armonía.

¿Qué te parece este poema? Leemos tus comentarios debajo del poema de Neruda.

UN PERRO HA MUERTO (Poema de Pablo Neruda)

UN PERRO HA MUERTO (Poema de Pablo Neruda)

Mi perro ha muerto.

Lo enterré en el jardín

junto a una vieja máquina oxidada.

Allí, no más abajo,

ni más arriba,

se juntará conmigo alguna vez.

Ahora él ya se fue con su pelaje,

su mala educación, su nariz iría.

Y yo, materialista que no cree

en el celeste cielo prometido

para ningún humano,

para este perro o para todo perro

creo en el cielo, sí, creo en un cielo

donde yo no entraré, pero él me espera

ondulando su cola de abanico

para que yo al llegar tenga amistades.

Ay no diré la tristeza en la tierra

de no tenerlo más por compañero,

que para mí jamás fue un servidor.

Tuvo hacia mí la amistad de un erizo

que conservaba su soberanía,

la amistad de una estrella independiente

sin más intimidad que la precisa,

sin exageraciones:

no se trepaba sobre mi vestuario

llenándome de pelos o de sarna,

no se frotaba contra mi rodilla

como otros perros obsesos sexuales.

No, mi perro me miraba

dándome la atención que necesito,

la atención necesaria

para hacer comprender a un vanidoso

que siendo perro él,

con esos ojos, más puros que los míos,

perdía el tiempo, pero me miraba

con la mirada que me reservó

toda su dulce, su peluda vida,

su silenciosa vida,

cerca de mí, sin molestarme nunca,

y sin pedirme nada.

Ay cuántas veces quise tener cola

andando junto a él por las orillas

del mar, en el invierno de Isla Negra,

en la gran soledad: arriba el aire

traspasado de pájaros glaciales,

y mi perro brincando, hirsuto, lleno

de voltaje marino en movimiento:

mi perro vagabundo y olfatorio

enarbolando su cola dorada

frente a frente al Océano y su espuma.

Alegre, alegre, alegre

como los perros saben ser felices,

sin nada más, con el absolutismo

de la naturaleza descarada.

No hay adiós a mi perro que se ha muerto.

Y no hay ni hubo mentira entre nosotros.

Ya se fue y lo enterré, y eso era todo.

-Pablo Neruda 

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